Sin cultura académica no hay reforma que salve a la universidad pública, pero ¿se puede reformar la cultura universitaria?

Jorge Gibert

Por Jorge Gibert G.

Académico Universidad de Valparaiso.

Miembro del Directorio del Colegio de Sociólogos.

Esta columna la escribo en el marco de las discusiones que se están dando entre los miembros del Colegio y su Directorio.

Hay dos conjuntos de hechos que los analistas ignoran, por no decir esconden, y que la discusión pública debería considerar a la hora de debatir sobre el futuro de la educación universitaria en Chile.

El primero es que sin investigación no podemos hablar de universidad. Una institución educativa terciaria que no hace investigación debe ser considerada centro de educación técnica o, en el peor de los casos, instancia civilizatoria o propedéutica al estudio de nivel superior (cuestión que debería ser responsabilidad de la enseñanza secundaria, pero que por diferentes razones ha sido asumida por algunas universidades). Desde un punto de vista doctrinal y también práctico, la calidad de las universidades se mide a nivel internacional de acuerdo a parámetros de investigación. Así, si queremos reformar la universidad para lograr una educación de calidad, los esfuerzos deberían orientarse a la investigación. Es un hecho que desde la creación de universidades en Chile, con la Universidad Santo Tomás en 1622, la actividad de las instituciones se ha centrado en proveer de funcionarios, primero para la administración de la Capitanía General y ahora para la sociedad del conocimiento. La investigación científica en Chile ha sido un accidente escaso, que ha surgido a pesar de las condiciones institucionales. Además, con ingenuidad, se ha tendido a pensar que basta con financiar proyectos para aumentar la creatividad científica. Pero la historia y los números han demostrado una y otra vez que se puede invertir a tasas muy altas y apenas elevar algo los números. Los estímulos presupuestarios no han mejorado el desempeño de la actividad creadora, característica de la institución universitaria moderna. No es un asunto de dinero, sino de ambiente creativo.

El segundo factor es el institucional, especialmente la dimensión participativa. Se tiende a creer que las reformas universitarias en América Latina deben seguir el ejemplo de Córdoba, en 1918. Nada más alejado de ello. Ningún proceso de reforma universitaria desde las bases ha sido exitoso, pues ninguno logró establecer una universidad de estándar internacional. Cada vez que nos hemos acercado a ello, ha sido por procesos desde arriba hacia abajo: U. de Brasilia, los institutos de la UNAM o U. de La Plata. En la universidad pública, los gobiernos corporativos de las universidades están capturados por los políticos locales y sus partidos; mientras que en las privadas, son cautivos de intereses empresariales. Las pocas universidades medianamente serias en Chile han logrado equilibrar estos factotum con peso académico: es decir, con una masa crítica que es suficiente en número como para iniciar una reacción y lograr partir el núcleo de la mediocridad. Indudablemente, nadie dice que no debe hacerse política universitaria. Sin embargo, el resultado de este quehacer no ha fortalecido la universidad, por lo que es razonable pensar que la participación política al interior de la universidad es puramente política y, desde ese punto de vista, siempre ha servido a intereses externos. En algunos casos, prestando un servicio al país, pero hipotecando su razón de ser.

Si unimos estos dos elementos, participación e investigación, tenemos cultura universitaria. La Universidad, es la asociación entre profesores y estudiantes que, compartiendo proyectos de investigación o inquietudes intelectuales, discuten en aras del mejor argumento y la evidencia más sólida. Por definición es una cultura participativa en torno al mecanismo más eficiente para la búsqueda permanente de la verdad, que es el diálogo crítico. Y define así, también, su aporte específico a la sociedad moderna: conocimiento, en todas sus formas.

¿Cuál es el soporte político que necesita la universidad para una reforma de su cultura?

Fundamentalmente, políticas para formar y retener profesores-investigadores, que publican en las revistas indexadas de prestigio. En sociedades precarias desde el punto de vista cultural como la nuestra, el talento científico unido a la vocación de enseñanza debe protegerse. Un primer paso son las becas Chile, pero es insuficiente y debe mejorar el mecanismo de asignación. Aquí el dilema es reclutar en los próximos 5 años unos 10.000 doctores para cubrir las necesidades de un sistema con más de 50 instituciones y, por otro lado, darles “condiciones institucionales” para que desarrollen su labor. En otras palabras, con profesores que investigan, la calidad cambiaría de inmediato. La experiencia indica que también cambiaría el entusiasmo de los estudiantes hacia las tareas académicas. Pero debe ser un número suficientemente grande de profesores.

Las condiciones para que estos profesores “pudieran trabajar”, se resumen básicamente, en un nuevo gobierno corporativo universitario, así como una nueva administración, que permitan el ejercicio de la libre opinión y la actividad creadora. Las características de un nuevo modelo son, a mi juicio, un sistema de jerarquías académicas genuinas (no basadas en las componendas entre amigos o grupos), una carrera ligada a desempeño, basada en contratos que lo permitan (no ligada a antigüedad o filiación religiosa o partidaria) y la separación o conexión transparente de las actividades académicas de investigación con actividades de administración, negocios y difusión. Un rol principal de este nuevo sistema debería ser el derrocamiento de la distinción artificial entre profesores de planta, de contrata y honorarios; que permiten una cultura de hostigamiento  administrativo y la reproducción de feudos mediante una simulación de democracia interna.

Indudablemente, existen otros caminos. Pero me temo que apuntan a cuestiones secundarias y nos desvían del objetivo principal.

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