os invitamos a leer la columna escrita por la presidenta del Colegio de Sociólogos y Sociólogas de Chile Maite Descouvieres:

¿Cómo debería ser el ingeniero del futuro para impactar positivamente la sociedad?

Como sociólogos, estamos atentos a todos los fenómenos que de alguna forma u otra producen impactos sociales. A lo largo de la historia, varios fenómenos dan cuenta de lo anterior, desde los que pueden parecer pequeños cambios como la forma de relacionamiento de las personas, hasta avances tecnológicos de punta, todos y cada uno, cuál más cuál menos, va moldeando la sociedad en sus diferentes épocas. En este contexto, y como ya lo señalamos, como cientistas sociales, estamos atentos a todos los cambios que emanan de diferentes esferas, profundizando y haciendo seguimiento de sus potenciales impactos a nivel societal. Vivimos en una sociedad viva, donde lo único que permanece como constante es el cambio.

Lo anterior nos lleva a un mejor entendimiento y marco cognitivo que explica con mayores antecedentes la sociedad en la que vivimos hoy, y si nos ponemos un poco más pretensiosos, a atisbar –con un mayor grado de certeza- como será lo que se nos viene como sociedad, producto de todos los factores que son parte de este fenómeno. Lo anterior implica el tremendo desafío, que nos lleva a observar detalladamente los distintos espacios que puedan llevarnos a predecir impactos sociales.

Es así como, y miramos los avances en el mundo del conocimiento y en él, no podemos dejar de visualizar el rol y avances desde la ingeniería, que como disciplina – formal o no – ha desarrollado a lo largo de la historia, verdaderos “artefactos del cambio” que se han transformado en potentes motores sociales y con enorme impacto en la humanidad.

Frente a esta mirada, cabe preguntarse entonces desde nuestra mirada como sociólogos… ¿Cómo debería ser el ingeniero del futuro para impactar positivamente la sociedad?

Lo primero es situarnos en los últimos años, no más de 20 o 30 y constatar que hemos vivido seguramente uno de los períodos con más transformaciones, explicados en un alto porcentaje por la creación de algunos “artefactos” que emanan desde la ingeniería. La “tecnologización de las relaciones “resulta ser probablemente una de las causas más tangibles de este fenómeno.

En este siglo XXI estamos viviendo la era digital y más que nunca en la historia, la tecnología ha ocupado espacios en la vida de todas las personas. Quizás el mejor ejemplo de ello, es la adopción transversal del teléfono móvil haciendo a un alto porcentaje de los chilenos definitivamente adictos a su uso. Más de 27 millones de móviles con los cuales más de un 80% de los usuarios acceden a internet a una infinidad de datos, servicios, juegos y comunicación multiformato.

Una sociedad tan tecnologizada corre el riesgo de encerrar a las personas en una burbuja virtual altamente destructiva de las relaciones presenciales entre las personas y con la naturaleza. Lo anterior, sumado al evidente deterioro climático como resultado de la producción humana, todo lo cual termina por demandar una nueva ética para el desarrollo tecnológico y especialmente para los principales artífices del fenómeno, los ingenieros precisamente.

La ingeniería tradicional está en franca revolución, pues de forma precipitada esta digitalización del mundo hace indispensable adquirir nuevas competencias día tras día, ya que el conocimiento se amplía en forma geométrica y las ciencias de los datos, proveen infinitas posibilidades de aplicación. Sin embargo, cuando el ingeniero comienza a mirar el mundo solo a través de los datos, viaja aceleradamente hacia su deshumanización.

Para un futuro sustentable, el ingeniero no solo debe considerar criterios propios de una disciplina basada en ciencias exactas sino que debe incluir el desempeño social y ambiental de sus artefactos y procesos tecnológicos. Solo así, podrá ser un aporte positivo para el mundo.